18.3.14

Kubrick // One point perspective

Kubrick // One-Point Perspective from kogonada on Vimeo.

Vivir sintiéndote culpable

La primera relación larga que tuve en mi vida, fue con un maltratador psicológico, pero entonces yo no sabía lo que eso era. Tenía 19 años, estaba empezando la carrera, y después pasé mucho tiempo sin saber ponerle nombre, pensando en que, sencillamente, me ligué al que no era. No sabía que eso tenía un nombre porque tantas mujeres lo sufrieran, y tampoco sabía que te pudiera dejar tantas secuelas.

Aquel individuo, que hoy día sale en la tele a diario repartiendo pseudonoticias – pero ese es otro tema-, consiguió convencerme de que yo, aunque fuera de manera inconsciente, me quería acostar con todos y lanzaba señales a diestro y siniestro. Según él, provocaba a todos los camareros, profesores, el bedel, compañeros de clase, el portero, sus hermanos, su padre, mis primos… ni los peatones de un paso de cebra se libraban. El problema es que me convenció de ello. Que se dice pronto. Pero aquel energúmeno consiguió que una tipa que a los 20 años tenía arrugas en la cara de tanto reírse, se moviera encorvada, caminara por la calle mirando al suelo incluso cuando iba sola, y en los restaurantes buscara sentarse mirando hacia la pared. O lo que es peor, aprendí a vivir sintiéndome culpable.

Había cambiado mi forma de vestir, de sentarme, de moverme. Sus broncas seguían siendo descomunales. Recuerdo una ocasión en la que yo estaba en una fiesta en casa de una de mis amigas, seríamos unas 7 chicas, y yo estaba muy contenta porque iba a venir a recogerme. Nada más llegar y saludar a todo el mundo, me susurró al oído: “¿por qué tienes que ser siempre la más fea?” Estaba en mi terreno, era la casa de mi amiga y si le hubiera hecho frente, nos lo habríamos comido entre todas. ¿Cómo pude permitir aquello? No lo sé. Pero así era siempre. Me quedé callada y me volví a acostar con él aquella noche, como otra cualquiera. Supongo que hacía mucho tiempo ya de todo, él había ganado la guerra nada más empezarla, yo entonces ya sólo era su prisionera.

A mi siguiente novio lo dejé porque como no me montaba unas broncas increíbles a base de ataques de celos, pensaba que no me quería lo suficiente. Por supuesto, nunca se lo dije.

Unos diez años después, aquel energúmeno había tenido un hijo con una compañera de trabajo. La única vez que hablé con ella sobre él, se acaban de separar. Estábamos en un bar rodeadas de gente. Una de las dos, no recuerdo quién, pronunció la frase: “es un maltratador psicológico”. Los demás se rieron. Nosotras no.

Tuve que pasar por un proceso de rehabilitación bastante largo y bastante doloroso, al que me sometí yo misma en la más absoluta soledad, y sin saber cómo se hacía. Tocaba aprender a quererse por necesidad. A cuidarse, a protegerse. A caminar recta y sonreír con la cabeza alta. Porque tenía que ser yo la única con capacidad para medirme. Y en eso estamos todavía.