20.4.15

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El cristal que siempre me ha separado del mundo en que yo quiero vivir, hoy está lleno de huellas dactilares por ambas partes.

19.4.15

Lavapiés 5


Hoy he vuelto a jugar un rato con el perro a la pelota en la calle que sube. Hasta que se le ha vuelto a colar en el garaje donde se le cuelan siempre. Entonces se ha puesto a mover el rabio con el cuello estirado, y un señor que paseaba a un bóxer me ha dicho:

- Bájate a la tienda nueva aquí, a la vuelta de la esquina, y dile a mi hijo que te de una pelota
- Muchas gracias, no se preocupe, si tenemos un montón en casa, vamos a por otra…
- Nada, tú baja, ya sabes la tienda que te digo, y hablas con mi hijo. Además las que tenemos son de las que suenan, que les gustan mucho más. Dile que vas de mi parte.

A mi perra esas pelotas le vuelven loca. Bajo a la tienda

- Hola, me dice tu padre… - y me doy cuenta de que los dos hombres tienen la misma edad…- que me regales una pelota de su parte para mi perra
- ¡Será capullo! 
- Bueno, perdón, yo… y me interrumpe 
- ¡Que soy su hermano! 

Entra su mujer

- ¿Qué pasa? 
- Nada, el gilipoyas de mi hermano. Que anda diciendo que soy su hijo. 
- Pero qué manía le ha entrao…

Y me voy a mi casa a buscar otra pelota para la perra. Ya queda poco para que salga el coche que suele salir del garaje a las 8 menos cuarto de la noche, y así recojo las de los días anteriores.

Lavapiés 4



El hombre que ahora regenta casi todo el tiempo la tienda de alimentación paquistaní que hay en frente de mi casa, un hombre negro, alto, delgado, con un cuerpo que me resulta inverosímil para esa edad, al entrar a comprar queso en polvo me explica que a partir de ahora van a tener productos a los mismos precios que en el resto de los supermercados, “para ser competitivos, como Lidl, o Día, cariño”. Siempre me trata de cariño, linda, bonita… Me trata con tanto cariño que a veces creo que es porque le doy pena. Pero no me importa, me parece bien. Cuando le voy a pagar la bola de queso en polvo, me dice que tengo que visitar su país, Senegal. Pero me lo dice con tal convicción, que parece que hay algo más detrás. Y es entonces cuando me explica que las agencias de viaje españolas mienten, a Senegal solo se tarda una hora y media volando desde España. “Lo que pasa es que deben de tener orden del gobierno de incluir en esas horas de viaje, lo que tarda el avión en llegar a Canarias, y no desde que el avión abandona el territorio canario para entrar en cielo africano, hasta llegar a Senegal. España, con la crisis, no quiere quedarse sin el turismo que podría robarle Senegal, por eso manipulan las cifras. Las horas de vuelo. Pero te aseguro que mi país te iba a emocionar. Buenas tardes, preciosa”.

Lavapiés 3



Me despierto un domingo lluvioso y salgo a pasear a Brenan. Un anciano rebusca en las papeleras y cubos de la basura del parque de asfalto y cemento que hay en la esquina de la calle de arriba. Mi perra se acerca, se sienta a su lado mientras el hombre mete el brazo hasta el fondo de una papelera, y la perra empieza a mover el rabo convencida de que en cualquier momento va a sacar una pelota. El hombre se gira hacia mí, yo hago como que no le veo, pero al descubrir que no está solo se va hacia un cubo más lejano. Al llegar se gira, y al ver que continúo allí, se aleja definitivamente.

La plaza tiene restos de comida por todas las esquinas, latas, ropa tirada, zapatos, bolsas de basura, y dos correas de perros con collares de pinchos enlazadas y abandonadas en el suelo. Delante de un banco hay una vomitona, y el sonido de la manguera de un hombre negro regando la calle inunda el silencio.

De vuelta a casa me cruzo con dos mujeres que pasean a sus perros, uno cojo y con un ojo vendado, y el otro tan viejo que parece un trapo mojado.

Hace frío. En mi casa más.

Lavapiés 2


Hoy entré en una tienda de alimentación en Lavapiés a pedir cambio. El comerciante, un hombre de Bangladesh, me ha dicho que no tenía, pero otro con quien suelo charlar y que siempre está en la puerta, un hombre mucho más mayor, de origen senegalés, piel negra, pelo blanco, un cuerpo perfecto, una sonrisa muy dulce y de movimientos increíblemente elegantes, me ha dicho que él sí me cambiaba, me ha guiñado el ojo en señal de complicidad, ha cogido el billete, ha cruzado la esquina y ha desaparecido. Al cabo de varios minutos ha vuelto. Al llegar a mi altura me ha susurrado "entra", y me ha hecho seguirle hasta el fondo de la tienda. Hemos bajado unas escaleras, cruzado un largo pasillo subterráneo que terminaba en una especie de despacho de oficina que debe de servir al mismo tiempo para algún tipo de ritual religioso. Allí me he descalzado, me he tenido que cubrir la cabeza con un pañuelo, nos hemos arrodillado, y ya, por fin, el hombre me ha hecho entrega de forma ceremoniosa,, de los 4 billetes de cinco euros.

Lavapiés 1



Salgo del portal a callejear por el barrio con el perro. Al comenzar a subir por la siguiente calle que me encuentro a la derecha, me cruzo con una anciana sentada sobre un gigantesco televisor antiguo, mucho más grande que ella. Tiene el pelo de color violeta, un abrigo verde y un collar de bolas naranjas a juego con el pintalabios, que se le ha corrido, con lo que parece que sonríe permanentemente aunque los ojos no le acompañen. Le cuelgan las piernas sobre el aparato, que está boca abajo, con lo que el cristal de la pantalla da directamente contra el suelo. Me pregunto cómo habrá llegado hasta ahí semejante trasto. Avanzo muy despacio porque el perro hoy todo lo encuentra interesante. Al llegar a su altura:
- Buenos días. ¿Le importaría decirle a mi marido, que está al principio de la cuesta, que baje? Es que yo sola no puedo subir con la tele.
- Por supuesto, ahora mismo se lo digo.
Miro hacia arriba, aunque no veo a nadie. Sigo avanzando. Cruzo un parque infantil construido a base de bloques de granito y columpios metálicos que parecen los restos de una catástrofe nuclear, o como si un inmenso juego de mecano hubiera estallado en mil pedazos y los trozos hubieran quedado esparcidos por el suelo. En él juegan varios niños vigilados por un grupo de mujeres sentadas en un banco de piedra con las cabezas cubiertas con pañuelos de colores. Por fin veo al hombre. Flaco, arrugado, encogido, y agarrado a un bastón con las dos manos. Aún está lejos, pero sigo caminando. Hasta que me acerco.
- Perdone, pero me ha dicho su mujer que le pida que baje.
- ¿Para qué?
- Supongo que para ayudarla con el televisor.
- ¿Qué televisor?
- Uno sobre el que está sentada.
- ¿Me está usted tomando el pelo?
- No, no. Yo me limito a trasladarle lo que me ha pedido ella.
- En ese caso...
Y el hombre comienza a bajar la cuesta con enorme dificultad. Yo continúo mi paseo, y al volver, me encuentro a los dos ancianos discutiendo a grito pelado.
- El televisor es mío. Lo he visto yo primero - grita la mujer sonriendo -
- Señora, si usted no puede con él.
- Y usted tampoco, a ver qué se ha creído, si casi no puede ni andar. Además, mi marido está al llegar, le ha llamado aquella chica para que venga a ayudarme.
El hombre me mira, sonríe, empuja a la mujer, se agacha para agarrar el aparato, pero no tiene fuerza y se cae al suelo. La mujer suelta una carcajada.