14.8.18

Dónde está mi vida

Esta madrugada me desperté a las tres y cuarto de la mañana y ya no conseguí volver a dormirme. Me había acostado a media noche, con lo que solo había dormido tres horas escasas. Entre estornudos de los vecinos, voces a lo lejos que me llegaban de la calle, oscuridad y silencio, decidí continuar leyendo el libro de Mariana Enriquez "Los peligros de fumar en la cama". Una serie de relatos protagonizados por personajes tan reales y cercanos como perversos, que me está resultando fascinante. Uno de esos libros que me empujan a escarbar en mi cerebro, desenterrando material que tenía olvidado. Y apareció Nelson. Mi perro. El perro de mi adolescencia. Y con él, mi madre. Y aquel episodio surrealista en el que, al llegar del colegio y abrir la puerta de casa, un denso humo blanco me impedía la entrada. Salí corriendo en busca del portero, que consiguió entrar tapándose la boca con un trapo, y rescatar a mi madre, que dormía apaciblemente encerrada en su cuarto con el animal. Apareció despeinada y en camisón, medio desorientada todavía, y le espetó al pobre bicho: "¿Se incendia la casa y tú no eres capaz de avisar? ¡Pues no sé yo para qué tenemos perro!". Al principio me pareció que aquello era un buen material para escribir un relato, pero de pronto rompí a llorar. A llorar desconsoladamente mientras me preguntaba en voz alta sin parar la misma frase. Una y otra vez. Dónde está mi vida. Dónde está. Dónde está aquella vida que era la mía. Aquella casa. Aquella madre. Aquel perro. Y lloraba y lloraba mientras miraba a mi alrededor, a las baldosas frías del suelo, al desorden de libros y cuadernos cubiertos de polvo. A todo lo que soy ahora y lo poco que tiene que ver mi vida de ahora con la de aquel momento. Y ya, para terminar de disparar hacia dentro, miré a mi perra, tumbada al lado de la cama, roncando, y me di cuenta de que ella, ya una señora abuela, pronto se convertirá en otra parte importante de mi vida que va a desaparecer para no volver jamás. Y seguí llorando, con la sensación de que esto en lo que estoy ahora no es mi vida. Que mi vida era aquello. Que ahora no soy más que una invitada en la vida de alguien que o no conozco o no me importa nada. Que no he hecho nada más que perder el tiempo cobardemente en lugar de construirme mi propia vida.

Y aquí sigo. Horas después. Llorando desconsoladamente, aún sabiendo que estoy siendo terriblemente injusta conmigo misma.

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