En la plaza de Oriente, cada tarde, un hombre se sienta durante horas cerca de un portal. Le veo a diario desde que vivo en esta casa y siempre me pregunto por qué está ahí. Es un hombre calvo, con gafas, siempre vestido de negro, siempre con la misma postura, parece un cura, parece triste, o infeliz. Pasa horas y horas mirando al infinito, mientras el tiempo pasa, sin rozarle, sin que nada le moleste. Parece que espera a alguien, o que algo invisible le sujeta a quedarse inmóvil sobre un banco de piedra, frío e incómo, llueva o haga calor. Pero ese alguien nunca llega, y cada día me pregunto por qué está ahí. A lo mejor pasó algo en ese sitio, a lo mejor sencillamente le gusta estar ahí. Creo que yo no tengo nada que tenga tanto sentido, o que no lo tenga, como lo que ese desconocido tiene. Pero no quiero que sufra, que sea infeliz.
7 Mayo 2003
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