Me encuentro con un Madrid tormentoso, lleno de obras y escombros, de cielo gris mezclado a veces con un amenazante azul oscuro. El viento me retiene el pecho a la espera de que por fin estalle la tormenta, que no termina de llegar nunca. Paseo al perro hasta los jardines de las Vistillas en compañía de mi hermano, que me cuenta lo agradable que ha sido una cena familiar que me he perdido. Suelto a Baldo, que de pronto ve un lago artificial en mitad de un jardín, y se lanza corriendo. Pero aparecen dos perros de presa detrás de un arbusto, y se enzarzan en una pelea en la que por un segundo creo que me quedo sin perro. Nos sentamos en otro parque a que se nos pase el susto. Un sudamericano borracho con una bolsa de Día en una mano y la otra en la nuca para que se le abra el pecho, entona escalas sin parar, con una voz aguda y desesperada. Volvemos a casa. Llueve, pero no demasiado. Mi casa está llena de polvo. La maleta deshecha sobre la cama, libros por los suelos. Desorden. Me siento muy lejos.
27 Septiembre 2006
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