Ayer por la noche, mientras miraba a través de la ventana del tren a medida que nos íbamos acercando a Madrid, tenía la extraña sensación de que todo estaba fuera de lugar. Trataba de descubrir barrios que nunca he visitado atravesando con la vista la débil luz de las farolas que pasaban cada vez más despacio. De pronto vi en un banco a unos chicos riéndose y en seguida a otro que nos enseñaba el culo. Después oscuridad, y a veces luces. Y mucho silencio. Y calles vacías y farolas cansadas. Y todo desordenado. Fuera de lugar. Las cosas lejos de donde se suponía que estaban. Como en una dimensión extraña. Y cuando el tren finalmente se paró, salí tirando de la maleta, caminando despacio, arrastrando el cuerpo bajo un calor seco y pesado. A lo lejos vi a mi tía que se acercaba, me fijé en que tenía algo raro en el hombro. Un bicho. O no, era demasiado grande para ser un bicho. Me acerqué más. Y descubrí una mantis religiosa sobre su camisa de hilo mientras ella, con una sonrisa vieja y familiar, se acercaba a besarme bajo los neones de aquel lugar con olor a metálico, en medio de la ciudad.
24.4.13
fuera de sitio
Ayer por la noche, mientras miraba a través de la ventana del tren a medida que nos íbamos acercando a Madrid, tenía la extraña sensación de que todo estaba fuera de lugar. Trataba de descubrir barrios que nunca he visitado atravesando con la vista la débil luz de las farolas que pasaban cada vez más despacio. De pronto vi en un banco a unos chicos riéndose y en seguida a otro que nos enseñaba el culo. Después oscuridad, y a veces luces. Y mucho silencio. Y calles vacías y farolas cansadas. Y todo desordenado. Fuera de lugar. Las cosas lejos de donde se suponía que estaban. Como en una dimensión extraña. Y cuando el tren finalmente se paró, salí tirando de la maleta, caminando despacio, arrastrando el cuerpo bajo un calor seco y pesado. A lo lejos vi a mi tía que se acercaba, me fijé en que tenía algo raro en el hombro. Un bicho. O no, era demasiado grande para ser un bicho. Me acerqué más. Y descubrí una mantis religiosa sobre su camisa de hilo mientras ella, con una sonrisa vieja y familiar, se acercaba a besarme bajo los neones de aquel lugar con olor a metálico, en medio de la ciudad.
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