11.3.10

Anselmo

El bar está como siempre: mal iluminado, apesta a tabaco y a pegajoso alcohol, y esto, como siempre, me resulta bastante apetecible, así que me siento en la barra y pido un vodka. De la gente que hay en el bar, los pocos que no me conocen me miran con desconfianza, no tengo pinta de puta pero no entienden que una mujer entre sola en un tugurio así y salga de él sin un hombre.
Mientras me enciendo un cigarro, noto cómo pesan sus silenciosos ojos sobre mi cuerpo. Me evalúan. Y me apetece volverme y mirarles las caras, ver si puedo leer en ellas el resultado de lo que han visto, ¿tendré un buen polvo? Pero sigo sin mirarles, sonrío para mis adentros y me pregunto por qué los hombres que entran solos en los bares nunca valen una mierda. Y se me acerca el pesado de Anselmo. Es un pobre mentiroso que se pasa las horas en el bar esperando que caiga la noche para que el amante de su mujer salga de su cama. Entonces él se va a casa y, mientras ella duerme, él llama a su amiga la del teléfono erótico y charlan durante horas. Siempre me ha parecido que su historia era triste hasta que un día, Marieta, su mujer, apareció en el bar. Estuvieron horas y horas hablando, pero no había rencores ni malas palabras, que va. Se reían, se contaban cosas como si llevaran tiempo sin hablar. Y luego ella se marchó y Anselmo siguió bebiendo, pero con el gesto iluminado, había disfrutado mucho hablando con su mujer. Una grata sorpresa. Desde entonces le respeto mucho más.
Pero hoy viene con malas intenciones. Pretende descargar en mí todas esas historias que le gustaría que le hubieran ocurrido alguna vez y que no hay dios que se las crea.
Qué pasa Anselmo.
Me pareció verte el otro día saliendo de una peluquería.
Puede ser. ¿la del bulevar?
Justo, esa. Me sorprendió. Pensé que las mujeres como tú se levantaban ya con esa pinta. Que no necesitaban la ayuda de nadie para estar así.
¿Qué pinta? – Ya está, tirándome los tejos -
Como de putón trasnochado.
Los putones trasnochados también nos teñimos las canas.
Mi mujer me ha dejado por otro.
Pensé que eso ya lo había hecho hacía mucho tiempo. ¿Pretendes descargar en mí tu mala hostia? Porque ando algo escasa de tiempo.
No, sólo venía a charlar con alguien por el que sintiera más pena que yo, y ya me siento mucho mejor, gracias.
Qué capullo. Llamo al camarero, pido la cuenta y mejor me voy a casa. Malo es el día que ni Anselmo siente respeto por mí. Salgo del bar y no puedo evitar mirarme al espejo de la salida para comprobar mi pinta. Coño, realmente parezco una puta trasnochada. Tendré que cambiar de peluquería.

22 Octubre 2002

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