Me despierto con el sonido del despertador y noto una convulsión. Es la resaca, que da la bienvenida. Me visto a trompicones y me peino el pelo con las manos mientras bajo las escaleras para salir a la calle. Hoy tengo que buscar trabajo, pero me encuentro fatal. Los tacones me causan un dolor insoportable y el primer cigarro del día me marea tanto que dudo si apagarlo. Llego a la oficina de trabajo temporal, y la secretaria me dice que mejor vuelva el lunes. Se lo agradezco. Hoy no iba a ser el día.
De camino a casa de Anselmo entro en un bar a comprar más tabaco, y de refilón veo al tipo que me tiró los tejos la semana pasada en el bar. Noto cómo alarga sus movimientos para conseguir que nuestras miradas se crucen. Pero paso. Es un patán. Así que cojo el tabaco y salgo sudando. Hace un calor insoportable y este traje me queda fatal. La barriga ya me asoma por encima de la falda y la chaqueta no me cierra.
La casa de Anselmo cada día huele peor. Como él sigue durmiendo, aprovecho para meterme en su nevera y comerme todo lo que encuentre. Pero descubro goteras en la cocina y decido subir a hablar con el vecino.
Me abre la puerta una vieja con pinta de madame de burdel del Oeste. Alucino. Decide bajar conmigo a ver el estropicio, y cuando abro la puerta, Anselmo, ya despierto, la saluda cariñosamente. Es la jefa de su amiga la del teléfono erótico. Resulta que Anselmo se pasa horas y horas hablando por teléfono con esa chica y ¡trabaja en el piso de arriba!. Comento en voz alta mi descubrimiento, y la señora propone que suba a conocerla. Vamos los tres a presenciar el encuentro.
La chica es bastante mona y con pinta de polaca. Anselmo se la lleva hacia el fondo de la casa, y tras una breve conversación con la señora, escucho a lo lejos lo mucho que se alegran de conocerse. Dejo a Anselmo disfrutando y bajo a seguir desayunando. Me gusta tener la casa para mí sola. Me dan hasta ganas de limpiar.
4 Noviembre 2002
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