Esta mañana iba yo sentada en el metro, recuperando la conciencia a medida que el primer café me iba haciendo efecto directo en el cerebro, y como siempre suelo hacer, me he preguntado: ¿qué tal se me dará este día? . Tras lo cual he levantado la mirada para cruzarme con la de una mujer de edad avanzada que me clavaba los ojos porque quería mi asiento. Y suelo cederlo. Pero basta que me acosen de esa manera para que no lo haga. Se abren las puertas del vagón. Sale mucha gente. Entra otra tanda. El asiento de enfrente lo ocupa una mujer con pinta de no haber dormido en muchos días y no tener un sitio donde guardar las quince bolsas de plástico que coloca en el suelo. Y de pronto empieza a vomitar. La gente a su alrededor se mueve inquieta, y algunos se plantean si echar una mano, hasta que ella empieza a soltar carcajadas entre convulsión y convulsión. Y pienso: coño, ¿y yo me preocupaba por mi día?
6 Noviembre 2002
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