11.3.10

Fuegos fatuos

Mi perro y yo no podíamos dormir, así que nos hemos venido a este cementerio a ver fuegos fatuos. Iluminados por la luna, los ángeles de piedra, los cristos y las vírgenes parecen cambiar el gesto. Baldo está tranquilo, tumbado a mi lado, con la cabeza en mi regazo. No hace frío, pero estoy envuelta en una manta, sentada entre flores, tumbas y cipreses altos y estirados. Sombras blancas bailan alrededor nuestro, y asistimos a esta función triste sin que se note que lloramos. Parece que se alegran de poder actuar para alguien, como si llevaran mucho tiempo aquí abandonados. Se habrán olvidado de que vivos tampoco estaban siempre acompañados. O a lo mejor no consiguen olvidar el placer de estar con alguien que te presta atenciones sin pedir nada a cambio.

27 Febrero 2003

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