Nadando se me ha abrazado un alga. O mil. Me acarician la piel y me mecen mientras el sol se apoya en mis párpados y me pesa el calor. Escucho los sonidos del agua al chocar contra sí misma y contra mi piel, las burbujas de las olas y me dejo llevar como una medusa en medio del mar. Hacia alguna playa vacía, tranquila, y sonriente, que reposa inocente junto a un acantilado que protesta a gritos porque quiere que le entreguen lo que la erosión se ha llevado, dejándola en carne viva, desgarrada y escocida por el salitre del mar.
8 Abril 2003
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