20.7.18

Uno de mis primeros curros fue en la Vuelta Ciclista a España. Yo estaba apuntada en una agencia de azafatas, y me llamaban para hacer ferias, congresos y cosas que normalmente duraban dos semanas como mucho.

Mi trabajo consistía en lo que se le ocurriera al dueño del stand de la feria de turno, en ese momento. Pero normalmente consistía en estar y sonreír. Por ejemplo, trabajé en la Feria Internacional del Automóvil de Madrid, de azafata en el stand de una marca de embellecedores y todo tipo de pijadas para el coche llamada Hella. Tenía que estar y sonreír, y si alguien del público me preguntaba algo, responder lo más amablemente posible, que "en seguida le atendería un compañero". Pero un día "el compañero" estaba comiendo, y me llegó un taxista interesado en una mini nevera que valdría como 200 euros, preguntándome realmente le valdría para llevar bebidas frescas en su taxi durante los meses de verano en Madrid, y le dije que ni se le ocurriera. Que aquello solo le mantenía las bebidas unos pocos grados por encima de la temperatura ambiente llegado el rato, y a ver quién se iba a beber una cerveza a 30º. El hombre se fue muy agradecido, y a mí me echaron.

Pero en la Vuelta Ciclista triunfé. Porque me lo pasé en grande. Mi trabajo consistía en conducir un monovolumen forrado de publicidad, y conducir lo más cerca de las motos que van detrás de los últimos ciclistas. Para salir en la foto. Aquello fue antológico. Me encantaba conducir y se me daba bien. Pero allí no tuvo más remedio que dárseme mejor. Porque no es lo mismo ir a 60 km por una carretera cerrada al tráfico durante 2 horas y media, que de repente entrar en Cuenca y conducir a 40km por calles estrechas llenas de curvas. Ahí los ciclistas van follados. Y tú no puedes reducir la velocidad porque detrás tienes pegados a 200 vehículos de todas las marcas, medios y lo que sea posibles. Aquello era la jungla. Yo muchas veces me preguntaba: "pero cómo me dejan a mí estar aquí…". Y allí estuve. Todos los putos días que duró la vuelta. Dormía en los mismos hoteles que los ciclistas. Para llegar a mi habitación, recorría pasillos enteros llenos de puertas con una báscula en el suelo. Y a la hora del desayuno, siempre estaba rodeada de mesas con cinco tíos que, en lo que yo me tomaba un café, un zumo y una tostada, ellos se metían un primero y un segundo, que normalmente consistía en un plato enorme de pasta.

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