Me levanto a las 6 de la mañana. Me vuelvo a acostar. Me levanto a las 6,25 de la mañana. Me planteo si me vuelvo a acostar, pero la visión de un
perro marrón claro que corre a gran velocidad hacia donde yo estoy, con una
enorme hamburguesa en sus fauces y un rabo cuyo movimiento podría ser el final de cualquier escaparate de Lladró, me obliga a situarme en el mundo. Corro a la ponerle la comida para que se olvide durante unos segundos de mi existencia, y procedo a mis
abluciones. Me despierto. Me coloco una pulsera protectora china que me regalaron la semana pasada y bajo al animal marrón que, tras mi medio litro de café, ya tiene
nombre. Paseamos como una pareja decente por un parque de lo más civilizado. Grupos de chavales y no tan chavales echan los restos por las esquinas de la
Plaza de Oriente. Se hace de día. Vuelvo a casa, cojo
el libro que me enganchó anoche, y me dirijo a la ruta que me lleva a trabajar. Abro el libro. Leo. Me gusta mucho. Qué poca información sobre
la autora. ¡CRASH! Una mujer ha decidido obviar nuestro autobús, y se ha quedado sin coche. Confusión. Cierro el libro. Bajo. Fumo. Indignada por la existencia de autobuses que, en general, estorban, escucho cómo llama a la policía. Entro y sigo leyendo. Llego al curro. Entro en
la coctelera. Escribo un post. Y cuando busco mi pulsera china en internet, descubro que ni es protectora, ni es una pulsera. Es el tirador de la puerta de un
mueble Ming.
4 Julio 2006
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