Un día, nada más entrar, el dueño quiso hablar con él. En privado, le dijo. Le siguió hasta un almacén destartalado, y allí el dueño se lo comunicó. Iban a cerrar el local, pero no sin antes devolverle lo que era suyo. Le entregó una polvorienta caja de cartón, y se despidieron tristemente.
Hasta la noche no pudo tener la suficiente tranquilidad para abrir la caja. Estaba llena de fotografías de desconocidos sentados en aquel local. Todos manchados de salsa, mirando por la ventana, viendo a la gente pasar.
14 Mayo 2003
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