Cada mañana, después de ducharse y vestirse, se sentaba en la mesa camilla junto al teléfono, y con la ayuda de un folleto de horarios y trayectos de los trenes, informaba diligentemente. Si el que llamaba quería reservar, entonces ella, muy amablemente, le señalaba el número al que debía llamar. Y así pasaba los días, hasta que se aprendió aquella guía casi entera.
En casa tuvieron que instalar una segunda línea, y eso nos convirtió en los modernos del barrio. Pero un día, el teléfono de la abuela dejó de sonar. Mi padre, indignado, llamó a renfe para protestar, pero allí no le entendía nadie. La abuela se pasaba los días deambulando por la casa, y hasta se dejó de arreglar.
(continuará...)
14 Marzo 2005
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