9.12.18

Novecento

Hace mucho tiempo, cuando yo tenía 20 años, tuve un jefe que no voy a decir quién es, pero con el que recorrí mucho mundo, también incluso sin salir de Madrid. Me adoptó como su protegida. Yo era una niña viva, libre y muy leída, y él optó por enseñarme más y abrirme los ojos. 

El caso es una noche me llamó a casa y me dijo que me cogiera un taxi y fuera al café Lisboa. Un lugar maravilloso, que ya no existe. Me dijo que me iba a presentar a alguien muy importante. Mi madre dijo que ni de coña, que era entre semana, y yo iba a la universidad y trabajaba

Pero él la llamó y la convenció. Porque a ella sí le dijo a quién me iba a presentar.

Al llegar al café Lisboa, flipe porque estaba cerrado. Pero salí del taxi y me acerqué a la puerta para llamar. En ese momento se me adelantó un señor con un aspecto que me impactó. Solo le vi de espaldas, e iba acompañado de otro, que parecía que era como su ayudante. Jamás se me olvidará ese abrigo. Esa ropa. Tuve que dar un paso atrás para observarle de espaldas, mientras llamaba a la puerta. Le abrieron y entramos los tres. Yo vi a mi amigo sentado solo en una mesa esperando, y los tres fuimos hacia él. Y entonces le vi la cara.

Era Bertolucci.

Ellos se saludaron como si fueran hermanos, y yo me comporté tímidamente como la hija educada que se mantiene en un segundo plano, disfrutando como una loca de cada segundo de la conversación. Les escuchaba hablar con miedo a que me hicieran participar, porque no iba a estar a la
altura. Hasta que de pronto, mi amigo se volvió hacia mí y me dijo: ¿no le quieres preguntar nada? Yo, pocos meses antes, había visto Novecento. Y se me había quedado grabada en la cabeza la brutalidad de la escena de Sutherland en la que viola al niño y después le agarra de las piernas y le da vueltas hasta que le estalla la cabeza. Y no lo pude evitar. Le pregunté por aquella escena. Le pregunté cómo se le había ocurrido semejante salvajada, de dónde venía aquello. Entonces él me miro concierta ternura y me dijo: "Ay, bendita juventud, bendita inocencia. Esa violencia no la inventé yo. Esa escena me la dieron los nazis". Y me quedé callada el resto de la noche, pensando en que había sido muy idiota, pero disfrutando de aquella noche que duró hasta la madrugada.

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