29.12.13

Sin razones para abortar

Llevo varios días leyendo artículos y opiniones sobre el aborto, en los que parece que el derecho a decidir sobre tu propio cuerpo solo es válido si tienes una buena y tremendísima razón. Pues bien. ¿Y si no la tienes? ¿Es que acaso no es suficiente razón querer vivir tu vida como tú decidas?

De todas esas lecturas, y sobre todo, de todos esos testimonios, he echado en falta alguno en el que se hablase de la situación más frecuente, es decir, la de ir a abortar porque no quieres tener un hijo.

¿Y si nadie te ha violado, tu vida no corre peligro y te encuentras en una edad perfecta, con un trabajo estable y una relación maravillosa para disfrutar al máximo de una inesperada maternidad que tú no quieres? ¿Te convierte eso en despreciable? ¿Ya no existes? ¿Ya nadie te defiende?

Cuando yo aborté tenía 30 años. Es decir, que ya era mayorcita, estaba bien informada, y el miedo a quedarme embarazada no era precisamente nuevo. Y sí, con la edad se supone que se sabe más, pero los condones se rompen igual. Entonces no existía la píldora del día después, y recuerdo aquel momento demencial, encerrada en uno de los cuartos de baño de las oficinas de Televisión Española, mirando mi test de embarazo que acababa de darme positivo, como uno de los peores momentos de mi vida. ¿Por qué?

Pasé los primeros años de mi infancia sometida a la escandalosa, dañina y venenosa moral cristiana ofrecida a diario por un infernal colegio de monjas en el que me metieron en la cabeza a martillazo limpio la culpa y el remordimiento. Mi madre, atea pero residente en esa España negra y casposa, había intentado limpiar sus propios remordimientos de conciencia prometiéndole a su madre que me educaría de forma religiosa. No le salió bien, me echaron a los 12 años y se terminó el experimento. Me metieron en un colegio laico, y la familia comenzó entonces conmigo un proceso de desevangelización que sí terminó con éxito.

Entonces, ¿por qué recuerdo aquel momento como uno de los peores de mi vida?

No tenía ninguna sensación de estar haciendo algo malo. Moralmente, abortar no me causaba ningún problema. No estaba matando a nadie. Sólo estaba protegiéndome, protegiendo mi vida y decidiendo sobre ella. Pero fue la primera vez en mi vida que me caí mal. Que no me gustaba lo que veía cuando me miraba en el espejo. Había cometido un error muy grande, muy estúpido. Me había convertido en lo que no quería ser. Yo era una de esas listas que no se cansaba de repartir lecciones sobre la importancia de estar informada, y mira. La vida me había puesto en mi sitio.

Y me sentí muy sola.

Recuerdo que, acto seguido, entré de nuevo en la redacción, busqué los anuncios por palabras en El País, y llamé a una famosa clínica privada para pedir hora. Recuerdo que me sentí muy ridícula cuando la voz, al otro lado de la línea me dijo: "uy, pero tienes que esperar, aún es pronto. Te doy cita para dentro de mes y medio, que aun no tienes nada que quitarte". Me dio la cita, el precio y colgó.

El padre de la no-criatura ya era historia en mi vida, pero le llamé para preguntarle cómo andaba de dinero, me dijo que en cuanto le pagaran no sé qué cosa me ayudaría con el tema, pero me dio mucha pereza que se prolongara nuestra relación y no volví a hablar con él. Supongo que solo quería que lo supiera.

A la clínica me acompañó uno de mis hermanos. Nos sentaron en una sala de espera que estaba a rebosar de mujeres de todas las edades, incluso los dos nos encontramos con caras conocidas. Para mi asombro, me llamaron a un despacho donde me dijeron que me iban a hacer un 20% de descuento por ser periodista, y esto me pareció tan surrealista que se me quitó un poco esa sensación de angustia al ver a tantas mujeres con caras descompuestas.

De lo que pasó después me acuerdo poco, porque la anestesia me dejó inconsciente en seguida. Cuando salí, mi hermano me estaba esperando en el bar de enfrente. Yo casi no podía ni caminar por culpa de la anestesia, estaba mareadísima. Me sentía envenenada, y mi hermano decidió que, para que se me pasara, nos fuéramos caminando hasta mi casa. Recuerdo que a veces me tenía que parar, me apoyaba contra un cajero porque me caía. Fue una sensación muy desagradable, pero ya sólo era física.

Estos días también he tenido que leer cosas como "y luego querrán abortar todos los años". Pues no, no creo que nadie en su sano juicio tenga la intención de pasar por esto de nuevo. Ni siquiera las que no tenemos una razón tremenda. Ni siquiera las que no sufrimos remordimientos de conciencia por no haber matado a nadie.

5 comentarios:

Verónica dijo...

Hola. Muy interesante este punto de vista, nunca lo había tenido en cuenta

Anónimo dijo...

gracias por tu testimonio

Anónimo dijo...

naturalidad, naturalidad
narrativa

almu dijo...

¡Gracias!

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo con que las mujeres que abortan porque simplemente no quieren tener un hijo son igualmente defendibles, pero veo una contradicción en tu relato: primero dices "Y sí, con la edad se supone que se sabe más, pero los condones se rompen igual", y más tarde: "Había cometido un error muy grande, muy estúpido. Me había convertido en lo que no quería ser. Yo era una de esas listas que no se cansaba de repartir lecciones sobre la importancia de estar informada, y mira. La vida me había puesto en mi sitio." ¿?¿?

Significa eso que no hubo protección y el subconsciente te la jugó mientras escribías? No lo sé ni me importa, pero me ha llamado la atención. En cualquier caso, creo que incluso las mujeres que ocasionalmente no se protegen también tienen derecho a decidir sobre sus vidas y enmendar sus propios errores sin ser juzgadas por nadie, ni siquiera por ellas mismas.

Por lo demás, genial :)

Un saludo!