CENTRAL LECHERA
ASTURIANA
LECHE UHT
SEMIDESNATADA
CON VITAMINAS A y D
Semi-Skimmed UHT Milk
With vitamins A and D
Lait UHT Demi-Ecrémé
Avec des vitamines A et D
Atención al Consumidor
902 33 22 55
Una vez abierto conservar en el frigorífico.
Once opened, keep refrigerated.
Une fois ouvert, conserver sous réfrigération.
Para cuidar a la familia, con todo el sabor. Con menos de la mitad de grasa que la leche entera. Para disfrutar de una alimentación más sana y equilibr...
Suena el teléfono: Buenos días, le llamo de AUNA, ¿conoce nuestros nuevos productos?
Cuelgo.
Me paso los días escuchando la respiración de mi perro mientras duerme. Cada vez me apetece menos hace nada. Cada vez me apetece menos salir, sacarlo de paseo, y cada vez me da menos pena. Se pasa el tiempo durmiendo, así que me he autoconvencido de que se está haciendo viejo y a él tampoco le apetece salir tan amenudo. “Claro, es que ya ha cumplido siete años”, me digo.
Me levanto a encender la radio y él se incorpora en el sofá, a continuación baja al suelo, y le observo alejarse. Escucho cómo su lengua chasquea contra el agua, está bebiendo. Siempre me ha gustado el sonido que hacen los perros cuando beben, y más me gusta verlos comer. Al volver me doy cuenta de que tiene un bulto en una de las patas, como una bola de sebo, y como no tengo nada mejor que hacer, lo llevo al veterinario.
Le clavan una jeringuilla para extraer una especie de lapo microscópico que van a analizar. “Llama mañana y te daremos el resultado de la biopsia.
- ¿Él cómo se comporta?”
- “Menos activo, pero desde que cumplió los siete años”
- “Según la ficha tiene seis”
- “Vaya, pues ayer le compré un saco de veinte kilos de pienso senior”
- “No pasa nada, pero te has adelantado un año”.
Me paso la tarde entera preocupada, imaginándome lo miserable que sería mi vida si se muriera mi perro. Ya no habría paseos por el parque, ya no abría recibimientos inauditos tras unos pocos minutos de ausencia, ya no habría nadie en mi casa, nada que se moviera, sólo silencio y vacío. Lloro.
Al día siguiente llamo. “Mejor baja, y traete al perro”. La voz de la veterinaria es lúgubre, son malas noticias, no me las puede dar por teléfono. Desde que consigo atarle la correa hasta que cruzo la esquina, en mi cabeza sólo escucho el eco del silencio, y si me dejo llevar, soy capaz de engañarme, de convertirme en piedra, de pensar que mi vida sería mucho más cómoda sin él, que no me importa que se muera mi perro.
Mientras le meten un termómetro por el culo, me informan de que tiene un cáncer, un tumor maligno. Hay que operarle. Siguen hablándome, pero yo empiezo a llorar, afirmo con la cabeza como si estuviera comprendiendo el procedimiento a seguir, pero ya no estoy escuchando nada, sólo hipo, me bebo las lágrimas, silencio.
Es viernes. Mi perro, su tumor y yo nos vamos a casa. Decido pasarme el fin de semana bebiendo vino, fumando marihuana, y paseando, a veces con el perro, a veces sola, saturada de estar tan cerca de él, y a la vez tan lejos.
El lunes le operan en una clínica lejana, en un barrio en el que jamás he estado, donde lo dejo drogado, ellos dicen “sedado”, yo pienso “deforme, casi disecado”. Me paso la mañana subiendo y bajando la misma calle desconocida, esperando durante tres horas que salga mi veterinaria de ese centro frío, feo y desconocido, que me diga algo. Aparece con el tumor en un bote, parece un alien, pero tiene pelos y piel de mi perro pegados.
Lo recojo por la tarde, cuando, según me dice alguien, “se le hayan pasado los efectos de la anestesia”, y me encuentro con mi perro deforme, con una pata pelada, la carne cosida, la piel hinchada, la mirada llorosa, y los movimientos destartalados. Mi cabeza sólo me pregunta qué cojones le he hecho a mi perro, pero nadie contesta.
Esa noche sólo duerme como se suponía que tenían que dormir los angelitos que nunca vi cuando era pequeña.
25 Octubre 2005
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