Esta mañana salí de casa con la intención de ir a ver una exposición de Miquel Barceló con Nacho en la calle Alcalá. De disfrutar de una mañana libre bajo este sol de invierno que decora pero no calienta. Salí de Lavapiés, crucé la plaza de Antón Martín, cogí la calle León, me choqué contra unos pies de alguien que se encontraba tirado en el suelo, le fui a pedir disculpas pero me di cuenta de que estaba durmiendo y no quise despertarle. La gente le pasaba por encima como si fuera parte del mobiliario urbano, como si fuera un tronco tumbado cruzado en medio de la acera. Yo también seguí caminando. Giré hasta cruzar la plaza de Santa Ana, llamé a Jacobo por si le daba tiempo a tomar un café, pero no me cogió el teléfono. Llegaba con media hora de antelación a mi cita en el museo, así que decidí dar una vuelta. La Puerta del Sol me deslumbró con ese aberrante árbol navideño metálico gigante repleto de logos. Con ese edificio entero envuelto en una lona inmensa que anuncia ropa prohibitiva de hombre. Con esos muñecos humanos de disfraces roídos, sucios, miserables. Sonó mi teléfono, y nada más descolgar y escuchar la voz de Jacobo rompí a llorar. A llorar desconsoladamente. No podía moverme. No conseguía avanzar ni hacia un lado ni hacia otro. Solo lloraba mientras sentía los empujones de la gente que pasaba a mi lado. Alguien protestó porque le había hecho parar, cambiar su ritmo, su paso frenético. Jacobo intentaba hablarme pero yo no le oía. Decidí colgar y limpiarme los mocos, secarme las lágrimas. Si Nacho me veía así se iba a asustar y le iba a tener que explicar qué me pasaba. Entonces le vi a lo lejos, levantó un brazo para llamar mi atención, pero le perdí de vista porque me lo taparon tres señores vestidos con un extraño uniforme. No conseguía parar de llorar, y Nacho estaba cada vez más cerca. Me quité las gafas, que estaban empañadas, me sequé las lágrimas a toda prisa con la bufanda, y vi que los tres señores vestidos de azul eran tres policías antidisturbios armados con metralletas. Al fondo se movía con el viento el lazo negro gigante colgado de un edificio oficial en honor a las víctimas de los atentados de París. Entonces llegó Nacho. Me abrazó, y me dijo: "Tía, te tienes que ir de aquí".
2 comentarios:
Espero que no fuera nada irremedibale. De verdad que lo espero.
Gracias Holden...
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