Llego a uno de los cinco edificios en los que está mi oficina. Me acerco a uno de los cuatro ascensores que me suben al último piso, el de mi despacho. No funciona, así que me acerco a otro y llamo. El botón está encendido pero la luz sobre la puerta, que muestra el número de planta que recorre, está fundida. Espero unos minutos. Me acerco al tercer ascensor. En seguida llega. Entro, le doy al quinto pero las puertas metálicas interiores no se cierran. Insisto varias veces mientras leo una pintada sobre una pegatina de UGT que, en rotulador negro, dice: "Hijos de puta" y alguien en azul ha añadido "tu puta madre". Salgo del ascensor y empiezo a subir escaleras. Me cruzo con calvas, gafas de anticuadas monturas y cristales gordos, canas, pendientes de perlas, zapatos planos y piernas cansadas. Abro la puerta del despacho y me envuelve un olor a lo que en cualquier otro sitio se llamaría reflex pero aquí se convierte en linimento. Enciendo el ordenador, pero no da señales de vida. Mantengo el dedo firme en el botón, y parece que algo se enciende. Busco el periódico, más grande que otros días, de páginas imposibles de pasar. El ordenador sigue tratando de arrancar, como si empujara por dentro. Abro El País y veo un anuncio en color de unos anillos de la marca Louis Vuitton que parecen dos tuercas, gordas y pesadas. Me imagino a la mujer de un ingeniero con eso en las manos. Uno de ellos lleva un diamante incorporado del tamaño de un clavo, y el otro no, el otro es más sencillo, más de perito. Hace mucho calor en este despacho. Ayer una ayudante de producción fue a mantenimiento, en otro edificio, a protestar por la temperatura, mucho más alta que en el exterior, y le contestaron que mientras rellenaba unos formularios y éstos pasasen por distintas manos, nos abanicásemos con la mano. Por fin mi ordenador me pide una contraseña. No tengo, pero le doy a enter y me da la bienvenida. Le doy a un icono verde fosforito que no sé para qué sirve pero sin él no tengo acceso a internet, y se apaga todo. Termino de leer el periódico con el sonido de una televisión de fondo, y empiezan a pitar tres teléfonos. Me pesa el cuerpo. Me siento mayor. Creo que no veo bien de lejos.
Decido bajar a comprarme una cocacola para superar el calor y descubro que "El compañero Pepe Ocaso ha fallecido a los 62 años", a través de folios escritos en Comic Sans cuerpo 24, grapados a la pared. En el subterráneo donde están las máquinas de refrescos y sándwiches, varios hombres mayores charlan acodados a una especie de barra pegada a una pared repleta de folios grapados y escritos en Times New Roman, que advierten de las próximas asambleas de Comisiones Obreras. Decido visionar la cinta de la entrevista que le hice al escritor irlandés Joseph O'Connor en una horrible biblioteca de hotel, porque mañana tengo hora en la sala de edición. Vuelta a la quinta planta. Esta vez decido subir directamente andando. La sala de visionado está cerrada con llave. Bajo. Pido la llave en centralita. Me dicen que ellos no tienen, lo que significa que la sala está abierta. Contesto que no, que vengo de allí, y la sala está cerrada. Me envían al despacho 235 por una copia de la llave. Me hacen prometer que la voy a devolver, porque es la única copia que queda. Cuando subo, la otra llave desaparecida está puesta, y la puerta de la sala está entreabierta, sujeta por una papelera roja bastante pop, con pinta de tener mi edad. Meto a Joseph O'Connor en el aparato, y aparece su cara y su voz, preciosa. Su acento.
ENTREVISTA A JOSEPH O'CONNOR. CINTA 385/BA/3N
Primer corte:
Mis padres son de clase trabajadora. En Irlanda es tradición que se le de mucha importancia al arte, y en particular, los libros son importantes. Para mis padres, como para muchos irlandeses, era tan fundamental que sus hijos supieran de libros, música y teatro, como que hicieran sus deberes de geografía o matemáticas. Así que nací en una casa llena de libros de Dickens, de las Brönte, George Eliot, los grandes novelistas británicos del siglo XIX y esos maravillosos personajes heróicos como El último mohicano.
Segundo corte:
Luego, cuando tenía 15 ó 16 años, un amigo me regaló el libro de JD Salinger, El guardián entre el centeno, y creo que ese fue el que marcó mi juventud, el que hizo girar el interruptor en mi cabeza, el que me descubrió que amar los libros ya no fuera suficiente, sino que empecé a pensar que algún día yo podría escribir uno. Me gustó tanto, que la afición por la lectura ya no era suficiente para mí, ahora tenía que hacerlo yo mismo. Y ya de adulto, cada dos o tres años lo vuelvo a leer y sigo descubriendo en él nuevos colores, cada vez que lo leo me siento refrescado y siento que aún hay grandes novelas por escribir, que la novela sigue siendo algo por lo que hay que esforzarse.
Tercer corte:
Mi familia es un poco rara. Somos cuatro hijos: mi hermana, Sinead O'Connor, es la famosa cantante; mi otra hermana es artista, es pintora; luego voy yo, así que tres de los cuatro trabajamos en algo relacionado con el arte. El cuarto, mi hermano pequeño, no está interesado en este mundo para nada, trabaja en una compañía, lo cual hace que me resulte muy gratificante pasar tiempo con él. Siempre me dice que cuando yo sea viejo y pobre, él será un rico hombre de negocios jubilado y nos mantendrá a todos, una vez que nuestras carreras artísticas hayan fracasado.
Cuarto corte:
Creo que el título de escritor es algo que te ganas, no algo que tú decides llegar a ser. Los lectores decidirán si eres escritor o no.
Quinto corte:
Creo en el acto de escribir y creo que hay una moral sobre ello. Es importante describir un mundo y contar historias, y me interesa el hecho de que en todas las culturas que han existido en la tierra, siempre han habido hombres y mujeres cuya labor era contar historias, mitos o leyendas. Creo que llena una necesidad que tiene el ser humano, y es a lo que aspiro.
Sexto corte: Sus lecturas mientras escribe
Leo mucho y trato de mantenerme al día en cuanto a lo que se publica en Inglaterra, Estados Unidos e Irlanda. Pero cuando estoy escribiendo una novela, tiendo a dejar de leer. Creo que hay que ser cuidadoso y escribir la historia que uno quiere escribir, con las voces de esos personajes. Así que no leo mucho cuando escribo, no vaya a ser que termine absorviendo esas voces, a través de una especie de osmosis. En estos casos intento leer algo distinto, leo mucha poesía, que es algo muy útil porque te recuerda lo que el lenguaje puede llegar a conseguir, esa altura e intensidad. Te recuerda las grandes glorias a las que puede llegar el lenguaje. Por eso leo mucha poesía, pero el resto del tiempo leo mucha novela, soy como cualquier lector, llevo libros a cuestas, y si no me estoy leyendo algo me siento incómodo.
Séptimo corte: escritores británicos vivos
Admiro a los escritores británicos que probablemente definirían ese carácter británico en estéreo. Como Salman Rushdie, Ishiguro, Monica Ali... Los escritores que tienen un pie en la cultura británica y otro pie en la periferia, en las colonias. Esos son los que están haciendo mejor su trabajo, con más energía. Los admiro mucho más que a Martin Amis o Julian Barnes. Creo que esos escritores de las colonias, que se adentran en la gran tradición de las novelas inglesas pero las refrescan, son verdaderamente admirables.
Octavo corte: lecturas españolas. El Quijote.
No conozco a los escritores contemporáneos españoles, y me temo que en Irlanda casi nadie los conoce tampoco. Irlanda es un lugar excesivamente insular en términos de que pertenece a la anglosfera. Pero recuerdo que uno de los libros que había en mi casa durante mi infancia era el Don Quijote de Cervantes, que leí entonces y volví a leer en la traducción de Harold Bloom que se publicó hace un año. Creo que Cervantes tiene éxito en todos los aspectos de la novela, y no creo que ningún novelista tenga que responder ante nadie que no sea Cervantes. Muuuuuucho antes que Joyce, muchísimo antes que Salman Rushdie o cualquiera de los que experimentan con novela, porque en ésta se ha hecho todo. Incluso la gente que no la ha leído la conoce, conoce a sus dos personajes, viaja con ellos. Además, me gusta la modernidad del libro. El hecho de que en la segunda parte, los personajes sepan que se han convertido en celebridades, es tan bueno, es tan gracioso... es una idea tan brillante. Así que creo que está a siglos por delante de su tiempo. De hecho, creo que es una sombra que tenemos, de la que es muy difícil escapar.
Noveno corte: El libro como objeto.
No colecciono libros como objeto. No siento la reverencia hacia ellos que habrían tenido los de la generación de mis padres. Ellos se volvían locos si alguien doblaba la esquina de una página ("if anybody would dogeared a page", dogear, me gusta la expresión) para acordarse por dónde iba. Si escribías en un libro era una blasfemia, y si un libro se caía al suelo en nuestra casa, mis padres lo recogían, y lo besaban antes de devolverlo a la estantería. Ellos los reverenciaban, pero yo no he heredado eso. Bueno, hay una excepción. Tengo el privilegio de poseer una de las primeras copias del Ulises de Joyce, que apareció en París en 1922, y ese lo leo casi en la oscuridad. Pero en general, creo que los libros están para leerlos y para escribir en ellos.
Al final de la cinta está grabada la portada del libro de Josep O'Connor, y algunas preguntas que le tuve que repetir, porque el cámara rebobinó la cinta en mitad de la entrevista, no sé muy bien por qué, y se han perdido algunas cosas.
La mayor parte no se va a poder emitir, porque no me dejan meter vídeos de más de tres minutos.